Cualquiera que haya probado un brownie con “sorpresa” sabe que comer cannabis no es lo mismo que fumarlo. El efecto es más fuerte, más duradero y a veces, más impredecible. ¿Pero qué pasa exactamente en nuestro cuerpo cuando comemos marihuana? ¿Por qué ese viaje culinario puede convertirse en una odisea? Todo comienza en el estómago, pero el verdadero protagonista es el hígado, que transforma el THC en una molécula más potente: el 11-hidroxi-THC, responsable del efecto más prolongado e intenso de los comestibles.
La forma en que cocinamos el cannabis también influye mucho en la experiencia. No es lo mismo prepararlo con flores que con extractos, ni usar mantequilla que alcohol de cereales. Los cannabinoides necesitan grasas para disolverse y ser absorbidos por el cuerpo, y deben pasar por un proceso llamado descarboxilación (aplicar calor para activar el THC). Si el proceso está mal hecho, puedes terminar con algo que sabe a pasto, no pega nada o peor: sabe mal y pega demasiado. Por eso, la elección de ingredientes, solventes y temperaturas es clave para obtener un comestible potente y rico.
A diferencia del humo, que lleva el THC directo a la sangre, los comestibles pasan por una ruta más larga: boca, estómago, intestino, hígado. Una vez ahí, comienza a la subida. Esto también explica por qué los efectos pueden tardar entre 30 minutos y 2 horas en aparecer (y durar hasta 8 horas en algunos casos). Es ese delay lo que provoca que muchas personas digan “no me pegó, me como otro”, y terminen viendo el techo en slow motion. Por eso, la dosificación importa: una microdosis puede tener 1 a 2 mg de THC, mientras que 30 mg ya es considerado una dosis alta.
Más allá de lo recreativo, los edibles tienen ventajas importantes para el uso medicinal. Al evitar la combustión, no dañan los pulmones ni introducen toxinas asociadas al humo. Además, permiten una dosificación más precisa y sostenida en el tiempo, lo que resulta útil para pacientes que necesitan alivio prolongado. Eso sí, es fundamental que se preparen bajo condiciones seguras, con productos certificados y asesoría médica. No vale cualquier quequito de la feria con “ingrediente secreto”.
Pero ojo, comer cannabis también tiene sus riesgos. No sólo por la sobreingesta accidental, sino por su interacción con otros medicamentos o la carga que representa para el hígado. La clave está en la información y la paciencia: saber qué dosis tiene lo que estás comiendo, cuánto tolera tu cuerpo y cuánto tiempo tarda en hacer efecto. Así, puedes tener un viaje sabroso, certero y memorable, sin terminar preguntándote si estás volado o simplemente flotando en otra dimensión.
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ESE MIEDO INEXPUGNABLE
— En Volá (@en_vola) March 20, 2025
a limpiarse la cara con la misma parte de la toalla con la que te limpiaste el culo.