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Cultivo Orgánico vs mineral: sin dogmas

Stéphane Auguin

En el fascinante mundo del cultivo de cannabis, especialmente entre los entusiastas y pequeños cultivadores, hay una tendencia a pensar que lo “natural” es automáticamente mejor en todos los aspectos: más seguro, más saludable y simplemente “superior”. Aunque esta perspectiva es bien intencionada, refleja una creencia bastante común: la falacia ad naturam, que sostiene que algo es bueno solo porque es natural. Esta forma de pensar ha influido mucho en el debate entre el cultivo orgánico y el mineral, generando no solo confusión, sino también posturas rígidas que parecen más ideológicas que prácticas.

Sin embargo, la realidad es mucho más compleja. Cada método tiene sus propias ventajas y desventajas, y lo que funciona mejor realmente depende del contexto, el tipo de sustrato, las condiciones de cultivo y los objetivos del cultivador. Lo más importante es que ambos enfoques pueden producir flores de alta calidad, y es un mito total que un plan de fertilización mineral arruine el sabor de tus flores o resina. Y a pesar de que a menudo se presentan como opuestos, en realidad, no son excluyentes en absoluto.

Una idea que ha cobrado fuerza en los últimos años entre los cultivadores en macetas es la creencia de que los microorganismos y “la vida” del sustrato son esenciales para alimentar a la planta y obtener un producto de calidad. Si bien esto puede ser cierto en suelos realmente vivos, donde la descomposición lenta y constante de materia orgánica proporciona una nutrición estable, en una maceta las condiciones son completamente diferentes. Allí no hay un suelo en el sentido estricto, sino un medio contenido, a menudo inerte o con baja capacidad de mineralización.

En este contexto, los sustratos como la perlita, el coco y la turba no funcionan como “suelos vivos” en el sentido técnico. Más bien, actúan como un soporte físico que retiene agua, aire y nutrientes, así que debemos verlos por lo que realmente son: sistemas que se asemejan a la hidroponía, donde el control del pH y la conductividad eléctrica (EC) son esenciales. En estos sistemas, el cultivador es quien define la nutrición a través del riego, y no tanto la microbiología del sustrato. De hecho, muchos tés de compost o microorganismos beneficiosos que se añaden desde el exterior solo se mantienen activos si hay una fuente de alimento soluble, como los fertilizantes minerales que a menudo son criticados.

En realidad, los microorganismos se pueden alimentar de los iones que proporcionan los fertilizantes minerales; no es el origen del nutriente lo que afecta la microbiología, sino su concentración y equilibrio. Tanto un exceso de guano como una sobredosis de nitrato pueden perjudicar el entorno microbiano. La clave está en la dosificación, el monitoreo y la comprensión de las necesidades en cada etapa del cultivo. La cannabis es una planta de ciclo corto y rápido crecimiento, que requiere un suministro preciso de nutrientes en cantidades específicas según cada fase. Por ejemplo, necesita un flujo constante de nitrógeno durante la fase vegetativa, pero este debe disminuir hacia la floración, donde las demandas de potasio y fósforo aumentan notablemente. Dado que la fertilización mineral es más precisa, en este ámbito suele sacarle algo de ventaja a su contraparte orgánica.

Desde el punto de vista del rendimiento, hay algunas diferencias notables. El cultivo con fertilizantes minerales suele tener una clara ventaja en cuanto a la producción por planta, especialmente en sistemas de coco o sustratos inertes que utilizan riego automatizado. La disponibilidad inmediata de nutrientes permite un crecimiento más vigoroso, con una mayor cantidad de flores y, en general, un uso más eficiente de los recursos. Por otro lado, el cultivo orgánico, aunque puede lograr rendimientos respetables con la experiencia y una buena planificación, tiende a mostrar un menor rendimiento por metro cuadrado en comparación. Por eso, en situaciones donde la eficiencia productiva es clave, como en cultivos indoor o comerciales, el enfoque mineral se vuelve especialmente competitivo.

Dicho esto, no se puede ignorar que un cultivo orgánico bien gestionado puede ofrecer resultados excepcionales. Las flores obtenidas suelen tener una profundidad aromática y un carácter único. En algunas variedades, este tipo de nutrición genera perfiles de aromas más complejos, con más capas y matices que son difíciles de alcanzar solo con fertilización mineral. Sin embargo, también hay muchas genéticas, como algunas de perfil frutal o cítrico, que tienden a expresarse incluso mejor con una fertilización mineral.

Aquí es donde surge una reflexión importante: la sostenibilidad no siempre se encuentra donde uno podría imaginar. Aunque parezca contradictorio, en cultivos de interior, donde la iluminación y el control climático generan un consumo energético muy alto, el método más “verde” podría ser aquel que produzca más gramos por watt en el menor tiempo posible. Si un sistema en coco con sales minerales logra un 30% más de rendimiento que uno orgánico en el mismo espacio, en menos días y con el mismo consumo eléctrico, la huella de carbono por gramo producido será menor. Esta eficiencia energética hace que, en ciertos casos, el sistema mineral sea la opción más ecológica.

Otro argumento a favor de los minerales, y algo que creo que no se discute lo suficiente, es la limpieza del producto final. La cannabis es una planta bioacumuladora, capaz de absorber metales pesados y compuestos orgánicos persistentes del entorno. Y aunque el cultivo orgánico tiene una imagen más saludable, la realidad es que muchos insumos orgánicos, como harinas de pescado, estiércoles o compost industriales, pueden estar contaminados si no hay trazabilidad. Las sales minerales de grado agrícola, en cambio, ofrecen una composición conocida, predecible y pura. Esto es fundamental cuando lo que planeamos hacer con la flor es fumarla o vaporizarla.

Es por eso que quienes eligen el camino orgánico deberían, idealmente, producir sus propios insumos, como compost, vermicompost, bokashi, entre otros. La mayoría de los composts comerciales suelen tener problemas: a menudo están poco maduros, se elaboran con residuos industriales poco variados, tienen un exceso de sodio o carecen de la estabilidad microbiana necesaria. No hay nada como hacerlo en casa: con insumos bien seleccionados, evitando temperaturas altas que puedan matar la microbiología, manteniendo el equilibrio adecuado entre carbono y nitrógeno, así como la aireación y humedad precisas, y dándole el tiempo de maduración que necesita.

Por último, creo que es importante destacar que ambos métodos pueden complementarse de manera inteligente. Se puede cultivar en coco con fertilizantes minerales y, de vez en cuando, añadir tés de compost o microorganismos. También es posible llevar a cabo un cultivo en tierra viva y aplicar suplementos minerales específicos cuando se presenta alguna deficiencia o en etapas más exigentes. Muchos fertilizantes actuales son ya “biominerales”, es decir, mezclas que combinan ingredientes orgánicos con minerales purificados, buscando lo mejor de ambos mundos.

Al final del día, lo que realmente cuenta no es si el fertilizante es orgánico o mineral, sino cómo lo utilizamos. Una nutrición equilibrada, un monitoreo constante de los parámetros y la atención a las necesidades específicas de la planta en cada etapa de su ciclo son mucho más cruciales. En lugar de elegir un bando, es mejor entender las fortalezas y limitaciones de cada enfoque. Cultivar en macetas nos da la oportunidad de combinarlos y experimentar según las diferentes genéticas y condiciones. Mantener esa apertura, en lugar de aferrarse a dogmas, es lo que nos permite evolucionar, probar cosas nuevas y mejorar cosecha tras cosecha.

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— En Volá (@en_vola) March 20, 2025

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