Cultura
El lunes 1 de abril, el Presidente de Chile, Sebastián Piñera se ha dirigido al país por cadena nacional (y no por YouTube como su colega Luksic) para hablarnos de los peligros del consumo infantil y adolescente de drogas.
Simón Espinosa
Periodista
Director Ejecutivo En Volá
Simón pensando en una canción de protesta para luchar contra los poderes fácticos.
Esto parece broma, pero como siempre, frente a la institucionalidad, debemos partir aclarando los mismos puntos:
Estamos completamente de acuerdo con advertir a la comunidad sobre los peligros del consumo de cannabis, estamos de acuerdo con querer generaciones venideras que superen los obstáculos en los que nosotros hemos fallado y estamos de acuerdo en, ojalá, colaborar en la construcción sociedades de bien, fortalecidas por canales de comunicación sólidos, eficientes y honestos.
El plan Planet Youth fue implementado en Islandia como una respuesta del gobierno para enfrentar el preocupante aumento en el consumo de menores, enfocando la política pública en base a información sobre las necesidades específicas de esos jóvenes islandeses. El problema es que nuevamente el mensaje del gobierno atenta directamente contra este principio y contra la esencia del plan importado desde Islandia que el gobierno busca replicar. Sebastián Piñera, en cambio, nos quiere asustar.
El Presidente de Chile quiere una marihuana igual de peligrosa que la cocaína o la pasta base y quiere que nos dé miedo; que recemos a Dios para que nuestros hijos no caigan en la droga, que no empiecen a consumir cannabis porque es la puerta de entrada a otras drogas y porque muy pronto sus vidas disiparán su potencia frente a la adicción, la voluntad se desvanecerá, se trasformarán en delincuentes y todo estará perdido.
Un discurso plagado de imágenes antojadizas de problemáticas sociales mucho más profundas que el uso de cannabis y que, argumentativamente, poco y nada tienen que ver con la prevención del consumo infantil.
Si campañas del terror, del tipo “vuelve a ser inteligente”, estuvieran enfocadas a las personas que consumen alcohol lo veríamos con más claridad. Inmediatamente rechazaríamos la información de un interlocutor que tilda de delincuentes, o derechamente de idiotas, a quienes se toman una cerveza o un vino. Esos delincuentes e idiotas son los amigos y parientes de los destinatarios del mensaje del gobierno (algunos jalan y chocan curados).
Hay que recordar, y destacar, que el plan islandés Planet Youth está enfocado en empoderar a la juventud para que no inicie su consumo a temprana edad, entregándole las herramientas sociales y oportunidades que el Estado tiene que asegurarle a sus ciudadanos. No tiene que aleccionarlos moralmente, ni educar en base a claroscuros de buenos y malos. Su responsabilidad está en informar y buscar el método más eficiente para prevenir el consumo adolescente, que claramente los años de imponer miedo no han cambiado. Ojalá esta generación de políticos triunfe ahí donde otras generaciones, como la de Nixon, fallaron.
Pero como le tenemos miedo a lo desconocido, está hablando la ignorancia.
Discursos como el transmitido en cadena nacional hacen mella en el progreso hacia una política de Salud Pública que se haga cargo del consumo de drogas como una realidad país y no como si estuvieran tratando de matar a Sauron. Discursos asentados en una ética o una agenda valórica más que en abordar una situación país con conocimiento e información actualizada, e incluso real. Porque cuando se describen las terribles consecuencias sociales del consumo de drogas, difícilmente lo asociamos con el consumo de cannabis en específico, sino más bien contra drogas mucho más nocivas.
La legalización del cannabis no solo genera un ambiente seguro para que los consumidores puedan tomar decisiones en libertad, además de abrir la puerta a un universo aún desconocido de aplicaciones medicinales con un potencial inmenso, sino que sobre todo es la manera más eficiente en la que se pueden implementar campañas para prevenir el consumo en grupos de riesgo.
Si seguimos estigmatizando a consumidores, utilizando el miedo como herramienta de transformación social, es poco probable que la gran cantidad de adolescentes consumidores disminuya. Llamar al miedo solo genera ruido y retroceso, ocultamiento e ignorancia. No dejemos que hable la ignorancia.